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viernes, mayo 15, 2009

CRÓNICA CANNES 1

Francis Ford Coppola abre la Quincena de Realizadores con su película bonaerense


Coppola: “Aunque apenas la conocía encontré en Argentina un territorio muy afín para mi historia italoamericana”

Llegamos a Cannes, salimos de la estación e inmediatamente la encontramos disneyficada, forrada de globos de colores que son el leitmotiv publicitario de Up, la producción de animación digital de Pixar que ha inaugurado el festival. Es tarde para recuperarla pero un amigo portugués nos consuela explicándonos que se ha salido de la proyección y que es como Gran Torino pero al revés. No sabemos muy bien qué significa esa inversión argumental pero confiamos en él y no nos preocupa la pérdida porque tarde o temprano invadirá los multiplexes de todas las ciudades del primer, segundo y tercer mundo.

La competencia de los cineastas seleccionados en Cannes 2009 empezó con una película china de temática gay en la que el director Lou Ye parece estar deseando dar que hablar y que el Régimen (que ya le amonestó condenándole hace dos años a que pasara otros cinco sin rodar) le prohíba ahora la entrada a su país, o aún peor, como le ocurrió al legendario director turco Yilmaz Güney, que tenga que rodar sus nuevas películas- un cine gay a la fuerza - en las duchas de una sórdida prisión de presos políticos. No pudimos llegar a tiempo para ver Spring Fever pero tampoco hablamos con nadie que no nos apuntara que presentaba los clichés de su anterior Summer Palace reagudizados. Algún periodista americano apuntaba que Lou debería haberse atrevido con secuencias de sexo explícito porque, tal y como está ahora, queda como tirar la piedra y esconder la mano. Probablemente Spring Fever nunca se estrene fuera del BAFICI y sólo encuentre distribución en los suburbios del ciberespacio.

Hay que ser muy valiente, muy primitivo, situarse en la prehistoria para entregar Youth Without Youth, la extraordinaria película esotérica que el renacido Francis Ford Coppola rodó hace dos años sobre un relato de Mircea Eliade. Dos años después, cuando Coppola viajó hace a Buenos Aires a localizar su nuevo guión le creció, como hierba cómoda sobre la que pisar, el presupuesto español y apareció por allí un tal Gerardo Herrero y la televisión española en la coproducción. Una de las imágenes más improbables que ofrece la incomprendida y muy mal recibida Tetro es la de Maribel Verdú azotando el trasero del indomable actor y director Vincent Gallo mientras le besa y le piropea con acento madrileño. Nadie explica si Carmen Maura – que interpreta a un extraño demiurgo lynchiano que representa a la sociedad del espectáculo – o la Verdú son argentinas pero no se han desembarazado de su acento español. Y nadie ha rodado el cuerpo desnudo de la actriz española tan temblorosamente, en claroscuros y grises casi táctiles. Tan sólo una instantánea de las muchas muy extrañas y muy bellas de un relato complejo, excesivo, saludablemente desequilibrado y definitivamente apasionante. Una historia fraternal que comienza en íntimo como La ley de la calle (también rodada en un bellísimo blanco y negro) y termina operísticamente, desbarrando por todos los flancos en rimas y ecos retrospectivos con toda la trama – el tercer guión propio de Coppola -, exuberante en el apartado sonoro – el mítico montador Walter Murch barroquizado y colorista al estilo del cineasta inglés Michael Powell (tan presente por cierto en esta segunda jornada del festival porque Scorsese presenta una versión restaurada de Los zapatos rojos). Coppola se encuentra en un estadio más primitivo y tosco que cuando rodó Llueve sobre mi corazón en 1969, parece haberlo desaprendido todo para emprender una tabula rasa en le convierte en el cineasta americano más raro e impredecible. Al final de la proyección, un encuentro en el teatro del Noga Hilton y varias declaraciones memorables: “En Tetro nada de lo que ocurre es cierto, y sin embargo es todo verdad”. Argentina (de BA a la Patagonia en un hipnótico viaje en coche descapotable) le ha sentado bien a Coppola, un chiquillo fascinado con su familia, con la ambición, y desde Youth Without Youth con la cultura de Occidente (como Manoel de Oliveira).

Un epílogo de Extremo Oriente para hoy: el japonés Hirozaku Kore-eda presentó a concurso Air Doll, en la que la protagonista de Dolls de Takeshi Kitano encarna a una mimosa muñeca hinchable que cobra vida para enamorar al mundo con sus guiños mimosos, por eso está más cerca de la Amélie Poulain de Jean Pierre Jeunet que de la muñeca de bressoniano gesto que manejaba Michel Piccoli en Tamaño natural de Luis García Berlanga. En cuanto al coreano Park Chan-wook, ratifica en Thrist, ésta es mi sangre su posición de cineasta más amoral y reaccionario del planeta con la historia grotesca y sin gracia de un sacerdote vampiro que asesina sólo a suicidas para dormir tranquilo.

ÁLVARO ARROBA

(Artículo originalmente publicado en la Argentina)

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